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Trenor. La Exposición de una gran familia burguesa

Centre Cultural La Nau. Sala Thesaurus.

Horario: de martes a sábado de 10 a 14 horas  y de 16 a 20 horas. Domingos de 10 a 14 horas. ENTRADA LIBRE

Nota de prensa [+]

Visita visual

 
 

Colección Familia Trenor.

 

Organiza y produce:  Vicerectorat de Cultura, Universitat de València 

Colabora: Ajuntament  de València 

Comisarios:

Justo Serna, Profesor titular de Hª Contemporánea,  Universitat de València

Anaclet Pons, Profesor titular de  Hª Contemporáne, Universitat de València

 

La Exposición que se propone consta de dos motivos. Por un lado, la conmemoración de la Exposición Regional Valenciana de 1909. Por otro, la exhumación simbólica de su principal inspirador: Tomás Trénor, miembro de una familia distinguida y burguesa de la Valencia de los siglos XIX y XX, originaria de Limerick (Irlanda). En esta muestra se  recrea la trayectoria de esta dinastía mercantil e industrial (una de las principales del Ochocientos) tomando como punto de partida 1909. Se trata de mostrar la Valencia y la Europa de aquel tiempo. Se trata de presentar  el interior y el exterior del mundo burgués: sus casas, su empresas, sus calles, su hábitos, sus indumentarias, sus costumbres, sus ocios, sus negocios.

El mundo comercial se abría en aquellas fechas, en 1909, y la Valencia industriosa se mostraba al mundo. Los Trénor inspiraban el evento pero sobre todo condensaban el largo proceso de modernización de la sociedad, de la cultura, de la economía valencianas. Planteaban, además, un proyecto para la Valencia del siglo XX. En este proyecto expositivo se propone reconstrui  el mundo burgués del Ochocientos, cómo se adaptó Valencia a los modos industriosos de vida y de relación. Los Trénor son, para el caso que nos ocupa,  nuestros Buddenbrook locales. Con la ayuda de la familia actual, con el concurso de Tomás Trénor Puig, podremos recrear ese mundo con fotografías, con muebles, con utensilios, con juguetes, con documentos originales, con reproducciones de documentos, con paneles explicativos, con música, con contextualizaciones culturales y literarias. El espacio de la sala Thesaurus permitirá una evocación de aquel momento: 1909, pero también el largo siglo XIX. El espectador encontrará como motivo inicial la Exposición Regional Valenciana: el itinerario de la exposición  le llevará en un entretenido flash back hacia la Limerick natal de la dinastía. De Valencia a Irlanda, pues. Y, de regreso, de Europa a Valencia. 

Además de los trabajos de investigación de los comisarios, Justo Serna y Anaclet Pons, el catálogo recoge las colaboraciones de  Tomás Trénor Puig, Josep Vicent Boira, Alejandro Lillo, Amparo Ruiz y  Concha Ridaura.

 

Ricardo Bucelli, Retrato de Thomas Trenor Keating (1798-1858), 1847. Colección Familia Trenor.

Vicente López, Retrato de Rita de Juna y Fuster, 1805 [ca]. Colección Familia Trenor.

 

1. Exposición Regional Valenciana de 1909

Los contemporáneos habían visto el Ochocientos como un siglo de progreso, de aceleración, de mejoras y de avances. Todo un repertorio de novedades técnicas se habían puesto al servicio de la industria, de la agricultura e incluso del ciudadano corriente. Unos y otros competían por idear nuevos artilugios, nuevos ingenios que hicieran más fácil y confortable la vida de las naciones. Pero la clave de esos avances no estaba sólo en la fabricación, sino en su difusión, que llegara a todos, que a todos beneficiara. Un logro material que no fuese conocido era un éxito insuficiente, pues necesitaba un mercado en el que mostrarlo, un nombre en quien reconocer la autoría y un país que se enorgulleciera de esa gesta industrial.  Esa saludable pugna –como decían los cronistas del siglo XIX— empezó a formalizarse bien pronto en un sinfín de certámenes, reuniones, eventos de toda clase en los que se reunían los fabricantes, los inventores, los técnicos, los científicos e incluso los gobernantes. No todos estos acontecimientos alcanzaban igual trascendencia e importancia.

En los inicios, el ámbito geográfico de esas reuniones solía ser local, regional o nacional. En 1845, por ejemplo, se había celebrado en Madrid la Exposición Pública de la Industria, con esforzados expositores llegados de todos los puntos de España. Era todo un evento del capitalismo menesteroso que se desarrollaba, pero evento al fin. El prestigio que suponía presentar los productos resultaría evidente para los fabricantes que se arriesgaban así a mejorar sus empresas y el mercado de sus manufacturas. De esas reuniones, los expositores solían regresar con medallas y premios que luego mostraban ufanos en el papel timbrado, en sus prospectos y en los rótulos de sus comercios. Pero también volvían con contactos y con contratos, pues esas concentraciones eran como grandes ferias del comercio, algo que los mercaderes habían inventado muchos siglos atrás. Ahora, sin embargo, se materializaba de otro modo: en recintos cerrados, con espacios asignados y previamente fijados, con catálogos y muestrarios que facilitaban la visita y orientaban al transeúnte y al propio expositor.

Ahora bien, el gran cambio que estas ferias de nuevo cuño experimentan en el siglo XIX es su internacionalización. Es su giro más importante. Y eso ocurre por primera vez en 1851, cuando se convoca la Great Exhibition  de Londres. El éxito fue fabuloso, de ensueño, y marcó un hito en la historia de la Inglaterra victoriana, convertida en la factoría y en la vitrina del progreso industrial. Fue la muestra a seguir por todos aquellos prohombres que, a imitación y ejemplo de la londinense, quisieran fomentar en el futuro iniciativas semejantes. Desde entonces, cualquier certamen debía edificar un palacio digno para la ocasión, como la había sido el Crystal Palace en 1851, con instalaciones amplias y desahogadas que deslumbraran a los expositores y al público ávido y bullicioso. Además, la Great Exhibition tuvo tanta fortuna, tuvo tantos visitantes, que supuso el inicio del turismo moderno y organizado. Había, pues, que adecentar las ciudades, engalanar sus calles y disponer del alojamiento necesario para albergar a los miles de viajeros que llegaban.  Ese mismo éxito llevó también a añadirle a las exposiciones industriales otros reclamos, algo que hiciera aún más atractiva la visita. Uno de esos elementos fue la instalación de espacios para la evocación histórica y cultural, para recreación de escenas del pasado, algo muy atractivo en observadores que demandaban ocio y representación con los que alegrar sus vidas.

 

Hermanos Trenor Palavicino en la terraza del Monasteria de San Jerónimo de Cotalba. 1855 [ca]. Colección Familia Trenor.

Familia de Ricardo Trenor Palavicino. 1880 [ca]. Colección Familia Trenor.

 

La ciudad de Valencia no fue ajena a este  torbellino de certámenes, ni tampoco a la oportunidad de las ferias. La Real Sociedad Económica  de Amigos del País había promocionado con asiduidad concursos y premios. Las autoridades habían creado incluso en 1871 la llamada Feria de Julio, evento en el que a veces se organizaban muestras y exposiciones; en 1872 se había celebrado un Congreso Agrícola; en 1883 se había promovido sin éxito una primera Exposición Regional. Sin embargo, no pudo cumplirse el deseo hasta unos años después, hasta 1909. Es al Ateneo Mercantil y sobre todo a su presidente, el que fuera alcalde de la ciudad Tomás Trénor Palavicino, al que cabe atribuir el mérito de que el sueño se hiciera realidad, entre julio de 1909 y noviembre de 1910, primero como exposición regional  y  luego como nacional. Un  espacio de más de 150 mil metros cuadrados, una nueva pasarela para conectar la ciudad con la Alameda --el paseo más distinguido--, una veintena de edificios suntuosos, varias decenas de pequeños pabellones, más de dos mil expositores y un catálogo de novedades que celebraba la agricultura valenciana, su feracidad productiva y sus lujos, así como la expansión industrial que en torno a ella se había dado, esa agroindustria llamativa... Allí estaban los productos agrarios, pero también los metalúrgicos, la maquinaria agrícola, el material ferroviario, las fábricas de fertilizantes, de explosivos, el sector del mueble, de la iluminación, los curtidos, la marroquinería, la alimentación y un largo y disperso etcétera.

La inauguración tuvo lugar el 22 de julio de 1909, con la presencia del Rey Alfonso XIII y todo un cortejo de autoridades y personalidades. Tomás Trénor  recordaba claramente el momento de su llegada: “La gente se echó a la calle bien temprano. Las tropas alegraron la ciudad con sus músicas al dirigirse a los sitios que tenían señalados (…). El tren real estaba a la vista, minutos después entraba en el andén, sonó el cañón, la fuerza que rendía honores presentó armas, la música batió marcha: el Rey estaba en Valencia”.  Desde aquel día y hasta los primeros días de enero del año siguiente hubo un sinfín de manifestaciones de todo tipo: concursos hípicos y atléticos, competiciones ciclistas y filatélicas, exhibiciones de globos y de animales, reuniones de automovilistas y de artistas, asambleas de todo tipo, congresos múltiples, etcétera. Un auténtico aluvión de actividades para las que Valencia se había preparado a conciencia bajo la batuta y la previsión del organizador.

Tomás Trénor lo dejó escrito: “las Exposiciones son como las recepciones, los banquetes, los bailes, en la vida social; las ferias y las fiestas en la vida ciudadana; son alardes de pujanza, de opulencia, de grandeza, de vitalidad”. Por eso había que sumar a Valencia, para seguir la senda del siglo, para recorrer el mismo camino que antes habían andado los certámenes universales de París,  Londres o Barcelona en el Ochocientos, y para mantener la estela de las regionales de Madrid en 1907 y Zaragoza en 1908. Y se hizo de manera espectacular, no construyendo un edificio único, sino varios, pero dentro de las claves del género: muestra comercial, orgullo empresarial, espectáculo urbano, ocio de masas. Así fue aquella Exposición. Todo eso y algo má: la encarnación de lo que aquellas gentes entendían por región valenciana y por España. Algo que se reflejó plenamente en la simbología y en la decoración de los edificios construidos, repletos de escudos, de motivos agrícolas.

¿Qué quedó de todo aquello? La ciudad experimentó algunos cambios apreciables: la mejora de accesos y la adecuación de algunas calles,  la presencia de la electricidad, el aumento de la oferta hotelera, restauradora  y de ocio. Ahora bien, el triunfo final fue para la arquitectura, con el sobresaliente estilo gótico, una elección que quería remitir a un pasado glorioso, que buscaba la época más brillante del tiempo pretérito. Con la Exposición Regional, las elites valencianas entran en la sociedad de masas y sobre todo se adueñan del espacio virtual de lo representado, de lo deseado, de lo imaginado: la industria y la agricultura no eran exactamente lo que la Muestra reflejaba, pero esa Exposición  recreaba dicha realidad como espectáculo mercantil. Sus efectos aún duran.

 

Tomás Trenor Palavicino en el Alto de los leones. Colección Familia Trenor.

Visita de S.A.R la Infanda Dª Isabel a la exposición Regional Valenciana. 1909. Archivo Gráfico de José Huguet.

 

2. Trénor. La Exposición de una familia burguesa

Thomas Trenor fue  un irlandés de Dublin  nacido a finales del siglo XVIII en el seno de una familia de comerciantes que, como otros muchos de sus vecinos, emigró a España. Al parecer, llegó a la Península durante la contienda napoleónica, o al poco de concluir, siguiendo los pasos de  dos de sus familiares. El uno era   Philip Keating-Roche, quien había arribado para participar en el conflicto siendo Teniente Coronel del 17º Regimiento de Lanceros, los llamados Light Dragoons, del Ejército británico. Cabe señalar que en el curso de la guerra mejoraría aquella graduación, pues de hecho se le conoce como General Roche y fue él quien, entre otros méritos,  comandó las tropas que vencieron al mariscal  Suchet  en Mutxamel    el 23 de abril de 1812. El otro era Henry O’Shea, quien  desempeñó el cargo de Intendente de Guerra en dicho ejército.  Sea como fuere, tras concluir la guerra, este último y Thomas se reunieron en España, el primero en Valencia y el segundo en   Cádiz, donde negociaban otros muchos compatriotas suyos. Hemos de pensar que esa separación física no les mantuvo distantes, sino que quizá tal elección les permitía complementar negocios comunes como socios y corresponsales.  Ahora bien, no debió de resultar fructífera en exceso o acaso tuvieron que  atenerse a las cambiantes circunstancias, pues Trenor también se instalará pronto en Valencia, tal vez reclamado por su familiar. Sabemos que, coincidiendo con  el traslado de Enrique de O’Shea  a Madrid en 1824, Thomas pasa a dirigir la sociedad que éste regentaba. Un año después,  en mayo de 1825, ambos forman una sociedad conjunta  cuya razón social es  Henrique O'Shea, Trénor y Compañía, en la que participaba también el comerciante Guy Champion. La sociedad, por lo demás,  se dedicaba a la importación y exportación, con especial atención al mercado británico. De hecho,  en ese mismo año de 1825 se le adjudicaba el arrendamiento de los derechos sobre la importación del bacalao, monopolio que se había regulado un año antes. 

Thomas Trenor se instala, pues, definitivamente en Valencia en los años veinte al amparo de los negocios familiares. Además, inicia los suyos propios introduciéndose en el mercado de la exportación de la pasa desde el puerto de Denia, liquidando asimismo en 1827 los que había desarrollado en Cádiz. Dos años después, el 22 de julio de 1829,  se traslada a Málaga   para contraer matrimonio con  Brigida Bucelli,  hija de otro conocido de la familia, Pedro Fabio Bucelli.  Enraizado en Valencia,  reanuda y amplia sus negocios. A mediados de los años treinta, por ejemplo, se asocia con un británico afincado en Alicante con quien constituye la sociedad Satchell y Trenor, que negocia con diversas mercancías, especialmente con los derivados de la vid.  Poco después, en 1837,  se convierte en empresario y aparece dando poderes a Antonio María Peyrolón para dirigir la contrata de "los buques vapores de la limpia de puerto del Grao". Y al año siguiente aprovecha una de las grandes oportunidades del momento, la que ofrece el proceso desamortizador,   adquiriendo entre otras fincas  el monasterio de Sant Jeroni de Cotalva,  en  Alfahuir.      

El nuevo propietario no se conformó  con  la compra,  sino que aplicó con denuedo a mejorar dicha heredad  haciendo uso de  todas aquellas medidas que estimó necesarias para lograrlo. Por un lado,   mantuvo  una  forma  de  explotación  clásica  en  la agricultura  valenciana,   es  decir,  el  arrendamiento  en  pequeñas parcelas.  Por otro,    llevó a cabo una profunda transformación del cultivo,  en la medida en que el antiguo monasterio mantenía  una parte de la misma inculta   que él reconvirtió  en viña. Estos  cambios  incluyeron  también  otro  tipo   de inversiones  que  iban a repercutir sobre la productividad y sobre  la comercialización  de los productos que de allí empezaron a  extraerse, en especial la pasa.    En  efecto,  sus  inversiones  se destinaron  sobre  todo  a la producción de este derivado de  la  vid, puesto  que  una de sus actividades era la comercialización  de  dicha mercancía, especialmente desde que estableciera sus primeros contactos con  las poblaciones de las comarcas de la Safor y la Marina. 

 

Vista de la pasarela construida sobre el cauce del río túria.1910 [ca]. Archivo Gráfico de José Huguet.

Entrada a la Glorieta. 1900 [ca]. Archivo Gráfico de José Huguet.

 

Pero su actividades no se centraron solamente en la propiedad agraria y en la comercialización de tales productos.  A finales de los años veinte,  en 1828, s socio Guy Champion había orotgado   poderes a Henry O’Shea para  arrendar  una casa fábrica de hilados de seda situada en   Vinalesa, sobre la que el primero había  escriturado un pacto en tal sentido con la Sociedad Combey y Cía., que la había   dirigido, aunque entonces estaba  embargada  por el Tribunal de Comercio. Años después, en 1842,   Thomas Trenor la acabará adquiriendo, aunque seguramente el acuerdo de adquisición fuera anterior y puede que previamente  ya poseyera parte de ella.  De este modo, la   reinversión de beneficios de lo que era su actividad comercial se  concretó  en tanto en el sector agrícola como en el   industrial, en este caso en el  más  tradicional, la sedería.  De ese modo, la fábrica de tejidos de seda que   poseía en Vinalesa se convirtió en una de las instalaciones que mayor renovación experimentó,  como revelan las informaciones  de la época.  Se decía entonces que, de entre los  establecimientos existentes,  había tres hilaturas,  hilaturas en las que se registraban importantes transformaciones,  fundamentalmente mediante la aplicación del vapor.  Una de ellas era precisamente la  de los  Trenor,  quien  "por cuenta de una compañía inglesa dirige la  de Vinalesa".   

Dos iniciativas posteriores acabarían por redondear esa trayectoria. En 1845 adquiría mediante subasta la casa en la que había estado alquilado y que sería su hogar en los años venideros, sita en el número nueve de la calle Trinquete Caballeros. En 1847   conseguiría entrar en un nuevo negocio, el  del preciado guano del Perú, a través de  la firma inglesa Antony Gibbs & Sons, a la que por entonces  el gobierno de aquella República  había cedido parte de su monopolio. Y todo ello concluye con la constitución en 1854 de la sociedad comercial Trenor y Cía, inicialmente con su sobrino Guillermo Mathews y, desde 1858, con sus dos hijos mayores. En efecto, entre 1830 y 1840 nacerían los cinco hijos que le sobrevivieron: Federico, nacido   en marzo de 1830; Enrique, en julio de 1832; Tomás, en agosto de 1835; Elena, en de octubre de 1837; y Ricardo, en julio de 1840.  En 1858, pues, los dos mayores tenían 28 y 26 años respectivamente y eran los únicos que podían trabajar con el padre, pues ya habían superado la barrera de la mayoría de edad, situada en los 25, mientras Tomás había ingresado en la academia militar de ingenieros y Ricardo era aún muy joven.

Tomás Trenor falleció al poco de formar sociedad con sus hijos,  en septiembre de 1858, mientras se encontraba en el balneario de Panticosa. A muerte, los herederos procedieron a inventariar los bienes, entre los que se hallaban las inversiones ya citadas, además de acciones de varias e importantes  empresas  como eran las sociedades de  ferrocarriles  del Madrid-Zaragoza-Alicante y del Almansa-Valencia-Tarragona,  o como las financieras del Crédito Mobiliario Español,  la Valenciana de  Seguros Marítimos o el Crédito Valenciano,  sin olvidar  diversas participaciones en la propiedad de distintas embarcaciones. No obstante, los familiares decidieron que no hubiera   reparto de  la legítima  paterna. Los hermanos  mayores  (Enrique  y Federico)  seguirían  al frente de la compañía y de  la  testamentaría abonando  a su madre y al resto de los descendientes un 5% de  interés anual sobre su haber en razón del caudal divisible. Enrique y Federico irían  haciendo efectiva la parte de la herencia que correspondiese  a cada  uno de sus hermanos en la medida que éstos fueran emancipándose.  Federico se casó una hija del marqués de Misarol, Mª de la Concepción Palavicino Ibarrola, en 1861, como hicieron los dos hermanos menores, pues Tomás desposó a su cuñada Desamparados en 1862 y  Ricardo a Josefa en 1864, mientras que Federico contrajo matrimonio con Julia Montesinos Sacristán en 1860 y Elena con Juan I. de Llano White en 1862.

A pesar de estos matrimonios y de la amplia descendencia que tuvieron los distintos hermanos, la sociedad familiar continuó funcionando a lo largo de todo el siglo, con los negocios de siempre y con otros que se fueron añadiendo. Entre ellos cabe citar la Refinería Colonial de Badalona, dedicada a la fabricación de terrones de azucar, una empresa a la que más adelante se les uniría el célebre marqués de Comillas. Y también la fábrica de ácido sulfúrico y abonos del Grau, una de las primeras de España en su ramo y  pionera   en  la técnica de solubilizar los fosfatos a través de este ácido.   Para entonces, al despuntar el siglo, ya formaban parte de la sociedad algunos de los nietos, entre los que estaba Tomás Trenor Palavicino. Nacido en 1864,  y  como su padre, mantenía el nombre del fundador de la dinastía. También compartía con su protegitor haber seguido la carrera militar, pues ingresó en la Academia militar de Artillería en 1881. Fue asimismo diputado a Cortes por los distritos de Albaida y Vinaròs, en 1903 y 1907, por el partido conservador y, sobre todo, fue el promotor de la exposición Regional Valenciana de 1909, una iniciativa que le reportó el título de marqués de Turia y un quebranto económico considerable para hacer frente a parte del déficit generado. Casado con Margarita de Azcárraga, hija del célebre militar y político Marcelo Azcárraga, el marqués de Turia falleció en Madrid en marzo de 1913.

 

Hermanos Tomás y Federico Trenor Bucelli, 1870 [ca]. Colección Familia Trenor.